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Pinturas Murales

Pinturas Murales Iglesia de San Juan Bautista
 
Hasta el año 1964, el altar de la Iglesia de San Juan Bautista estaba presidido por un gran retablo barroco. Un retablo que el propio concejo de vecinos y el mayordomo de la Iglesia acordaron fabricar mediante un contrato con el maestro de arquitectura José del Castillo a mediados del siglo XVII.  (A.H.P.L. Doc. n.4 y n.11). La parroquia de San Juan Bautista quedaba completamente dotada en el año 1774. (A.H.P.L. Doc. n.15). Por lo que el retablo llevaba al menos desde esta fecha.

No existe ningún documento de esos siglos o anterior que refleje la existencia de las pinturas que hoy podemos ver. Estas pinturas intentan simular un retablo que de forma más económica cumplían la función de decorar el testero y satisfacer el “horror vacui” típico de la época. Es posible que en el momento en que se instaló el retablo se ignorara su existencia o que no se les diera la importancia que hoy tienen. Lo que sí se hizo al colocar el retablo fue tapar con ladrillos los dos vanos de tradición románica.

Fue en 1964 al retirar el retablo mayor debido a su mal ajuste con el muro y para proceder a su restauración mediante limpieza y barnizado, cuando se encontró bajo un grueso revestimiento de cal, un buen conjunto de pinturas murales que parecían responder a una idea de composición. En el mes de mayo del mismo año, se presenta por orden del Director General de Bellas Artes dependiente del Ministerio de Educación Nacional, el Comisario de la 1ª Zona del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, Manuel Chamoso Lamas, junto con el técnico restaurador de pintura mural, Llopart Castells que proceden a realizar un examen de lo descubierto. Un examen, bastante escueto, sin mucha introspección y con el fin de cubrir expedienté. También fueron examinadas por José Fernández Arenas que informó sobre su calidad y propuso el parentesco con pinturas de Nicolás Francés.

Estas pinturas ocupan una superficie irregular de 5 x 7,8 m (24,41 m2), aunque en parte están ocultas en sus laterales por la reforma arquitectónica que se hizo posterior a las pinturas en la capilla mayor ya que se elevó en altura. Las pinturas se distribuyen en dos registros, el superior flanqueado por sendas ventanas antaño cegadas, que hoy permiten ver de nuevo los motivos pintados en su abocinamiento. Las figuras son de tamaño algo menor al natural, ricas de color y no exentas de gracia. Trátese de pinturas al fresco. Las pinturas aparecen bastante deterioradas a causa de los daños acaecidos al sujetar el retablo en su momento y también al mal estado en que se hallaba el muro que las soporta ya que había grandes grietas verticales que le afectaban siendo necesaria una obra urgente de consolidación que así se hizo en su día.

Lo que se conserva presenta una lectura sencilla y acorde con la advocación del templo: en el registro inferior la figura central del Bautista en pie está flanqueada por el episodio de Salomé. La cabeza del Bautista está ya en brazos de la joven mientras su madre Herodías blande sendas espadas en cada mano junto al copero de Herodes -el rey se halla oculto tras la columna de ladrillo-, que se toca de turbante azul ante una mesa bien surtida y en un interior de apariencia lujoso, con ventanales rasgados y suelo geométrico. A nuestra derecha, el Bautismo de Cristo, asistido por un ángel con las “manos veladas” como símbolo de respeto que oficia como diácono en la ceremonia y, seguidamente, de nuevo en un interior, la degollación del Bautista, del que solo queda la figura de él arrodillada en el momento del martirio. Sobre estas últimas escenas y la imagen titular corre una leyenda de grafía apenas legible a causa del deterioro.
 
La zona superior sólo muestra una escena, la Anunciación de María, en el interior de un lujoso y complejo espacio donde cabe subrayar el atril del que cuelga la respuesta de María o el bello jarrón de azucenas central. Muy notable es la atípica representación de el Espíritu Santo en forma de un cuerpecito ya adulto, una especie de Jesús nimbado que desciende entre los rayos de luz del Dios padre que monta sobre el eje de la composición (iconografía característica del siglo XV). La unión de ambos temas abunda en la asociación entre la vida del Precursor y la de María, entre los dos momentos del “alumbramiento” de Cristo, la concepción y el bautismo. Ambas apariciones del Espíritu que transforman la persona del Salvador, entre la Vieja Ley (representada por el episodio de la muerte del último profeta) y el paso del testigo a la Nueva Ley, al sacrificio de Jesús. Por ello, el Bautista y María son los intercesores principales en el Juicio Final, el llamado Deisis por la Theotokos y el Prodromo.

Numerosas construcciones de ventanales agudos y tracerías, almenas y pavimentos coloristas rodean la escena que se completa con la presencia de santos, algunos perdidos en los laterales y dos parejas cobijados en los abocinamientos de los vanos. Difícil es distinguir de quien se trata en cada caso. A nuestra izquierda, un joven nimbado, con una flecha clavada en el pecho, un racimo de otros tres dardos en la diestra y la espada en la otra mano podría figurar a San Sebastián o a Cosme, de la pareja de santos médicos (Cosme y Damián). Frente a él un joven obispo mitrado que casi ha perdido el cuerpo. En la otra ventana, otro joven tonsurado con hábito oscuro frente a un nuevo obispo joven que parece llevarse la mano a la garganta ante la picadura de una serpiente (no se ha logrado identificar a los citados y si no es una serpiente, tampoco se debe descartar que fuese el padre del Bautista, Zacarías, que enmudeció durante la gestación de su hijo o murió por una cuchillada en la garganta, y cuya presencia tendría sentido). El zócalo de este retablo pintado está compuesto por dameros en perspectiva, y todo ello está rodeado de orlas coloristas. Si los personajes episcopales guardan cierta similitud con algunas figuras del famoso pintor Nicolas Francés, esta es aún mayor con los otros dos respecto, por ejemplo, al Juan Limosnero y Valeriano del retablo de la Catedral de León, hoy en la silla del obispo.

Este conjunto que hoy vislumbramos en la Iglesia Parroquial de San Juan Bautista puede datarse del primer cuarto del siglo XV por el estilo y la indumentaria de los personajes y se habría ejecutado al concluir la Iglesia (Recordemos que en estas fechas se estaba llevando a cabo la reconstrucción del Castillo por parte de la familia Quiñones). Otros estudios posteriores, sitúan el origen de las pinturas en el último cuarto del siglo XV y habría que atribuirla a un discípulo de Nicolás Francés, lo que viene abalado no solo por el estilo y los detalles, sino que además este maestro pintor tuvo muy buena relación con Suero de Quiñones, cuyos padres residen en el Castillo de Laguna de Negrillos en este periodo y donde el mismo Suero se repuso de las heridas ocasionadas en el Paso Honroso. Uno de los dos escudos que hoy corona la entrada al tempo de San Juan Bautista es el de la familia Quiñones, Condes de Luna, lo que denota la influencia que tendrían en el tempo en este tiempo. Lo que si queda claro es que son pinturas de buena calidad que no pueden ser obra de maestros rurales, ni de talleres. Las características pictóricas son propias de un pintor con una personalidad muy definida.

En el expediente dirigido al Director General de Bellas Artes, el técnico y el comisario determinan que teniendo en cuenta que el retablo desmontado carece de valor artístico podían considerarse estas pinturas como el mejor elemento aprovechable para la valoración del templo. Consideraron en su momento que la solución más apropiada y conveniente era, arrancar las pinturas, consolidad el muro y volver a colocarlas sobre el nuevo revoco, sirviendo de retablo al templo este conjunto pictórico artístico. También añadieron en el expediente que por parte del técnico Llopart Castells, quedaba pendiente entregarle un presupuesto para ser considerado por el mismo Director General de Bellas Artes por si estimase conveniente que el Instituto Central de Restauración se hiciera cargo económicamente del salvamento de esta obra. Así se firmó el 8 de mayo de 1964.

Las pinturas finalmente fueron cubiertas tras un murete de ladrillo para que no sufrieran más deterioro que fue ornamentado con el Cristo de la Trinidad y la parte alta fue decorada con una escena religiosa elaborada por el pintor J. Ugidos Ferrero de Pobladura de Pelayo García. El retablo que fue retirado para proceder a su restauración aún no ha sido devuelto a la Iglesia de San Juan Bautista y actualmente se desconoce dónde se encuentra.

Después de tres décadas desde el descubrimiento, se retira el murete que las protegía y en 1995 se procede a realizar la restauración de las pinturas por la empresa ARCO, Arte y Conservación S.L. tras un informe técnico elaborado por su gerente Pablo Luis Yagüe Hoyal y Sonia de Aldama Robles. En la restauración participó la profesora de conservación y restauración de pintura María Belén Díez-Ordás Berciano. Durante este periodo las pinturas estuvieron ocultas tras una cortina.

En el año 2008, las pinturas fueron estudiadas por la investigadora María del Carmen Rebollo Gutiérrez, estudio que expone en su obra “Un ejemplo de patrocinio nobiliario: las pinturas murales de la Iglesia de San Juan Bautista de Laguna de Negrillos” donde manifiesta que el atractivo de esta obra mural es propio del arte internacional del siglo XV y que, a su modo de verlo, se desconecta de cualquier muestra artística del entorno leonés. Este estudio trata de mostrar la excepcionalidad de la obra donde la autora aprecia en las pinturas influencia italiana, las semejanzas estilísticas y formales con la pintura toledana y las conexiones con los Álvarez de Toledo.

Estaría pendiente de solicitar la declaración BIC como potenciador de turismo en este tipo de pinturas.

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Ábside de la Iglesia de San Juan Bautista

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